Wednesday, April 6, 2011





Una clase aburrida. Ya tengo motivos para esperarte. Solía sacar una mesa con dos sillas, una para ti. Una para mi. Mientras no llegabas yo ponía mis pies pobre una de ellas. Me recostaba sacaba a la Señorita Cora mientras aguardaba tu presencia con mi café.

La Señorita Cora era blanca, de pelo castaño, algo voluptuosa y bastante petulante. Lo ignora. Y el calor tibio que sentía en mis piernas era el mismo que él sentía en su cama resultado del sol que entraba por la ventana continua a su cama. Una página, luego otra, luego otra y otra, en esa, él sentía pena por su dependencia, y yo sentía frío después de haber esperado tres horas en las que tu no venías.

Ahora no recuerdo si finalmente luego de un día de tanta espera apareciste. Creo que no, que nunca llegaste o no cuando yo te esperaba con la Señorita Cora. Llegaste un par de veces y otro par llegué yo. O al menos eso recuerdo. Y es que en ese épocas todo se parecía tanto. Todas las tardes eran tibias acompañadas por esa brisa fría, los mirlos, el violín, las hojas secas, un arcoiris, la gente, todo tibio, todo sepia y poco a poco... la nada. Yo me cubría con mi trapo rojo, tomaba café, a veces fumaba. Un día la Señorita Cora, otro día otros. La espera.

Todos los martes y jueves eran iguales. Mis pies sobre la silla roja. Esas tardes ya no tienen alma, tardes ausentes, tardes en donde la Señorita Cora era  tan sólo una excusa y por eso no la recuerdo del todo, no recuerdo que él se murió esperando su amor, no recuerdo que ella se dio cuenta que lo amaba cuando el sol ya no podía calentarle las piernas a su paciente por más que los dos quisieran. Que el sol ya no puede calentarme.



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